Viernes 6. En la
noche comencé a exponer en una pequeña sociedad de Wapping. El domingo 8
prediqué en la Capilla de Savoya (supongo que por última vez) sobre la parábola
(o más bien la historia) del fariseo y
publicano orando en el templo (Lc. 18:9-14). El lunes 9 salí para
Oxford. Mientras caminaba leí la sorprendente narración de las conversiones
habidas últimamente en y cerca del puerto de Northampton en Nueva Inglaterra
(se refiere al “Gran despertar” cuyo protagonista fue Jonathan Edwards).
Seguramente, de parte de Jehová es esto,
y es cosa maravillosa a nuestros ojos. (Sal. 118,23)
Le escribí a un
amigo un extracto de esto, sobre el estado de quienes están débiles en la fe.
Su respuesta, que recibí el sábado 14, me causó gran confusión, hasta que
después de clamar a Dios tomé la Biblia y la abrí en estas palabras: “E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo:
¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano
estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios
lo que pidió” 1 Cr. 4.10.
Esto, sin
embargo, más una cláusula de la Lección Vespertina, me hizo considerar mi
propio estado más profundamente. Lo que pensé entonces fue como sigue:
Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. 2 Co.13.5.
Ahora bien, la
prueba más segura mediante la que podemos examinarnos nosotros mismos, si es
que estamos verdaderamente en la fe, es aquella dada por San Pablo: “De modo
que si alguno esta en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas.” 2 Co.5.17.
En primer lugar,
sus juicios son nuevos: la opinión de sí mismo, de su felicidad y santidad.
Se juzga a si
mismo y se ve muy corto de la gloriosa imagen de Dios. Se juzga no tener nada
bueno en él, sino todo aquello que es corrupto y abominable; en una palabra, es
terrenal, animal y diabólico, una mezcla de bestia y diablo.
Así por la gracia
de Dios en Cristo, me juzgo a mí mismo. Por lo tanto soy en este sentido una
nueva criatura.
De igual modo su
juicio sobre la felicidad es nuevo. Le parecería tan lógico sacarla de un hoyo
en la tierra como pensar encontrarla en las riquezas, el honor, el placer (así
llamado) o en verdad en el gozo de cualquier criatura. Sabe que no hay
felicidad en la tierra sino en el gozo de Dios y en el gozo anticipado de
aquellos ríos de placer que fluyen a su mano derecha para siempre.
Así, por la
gracia de Dios en Cristo, juzgo la felicidad. Por lo tanto soy en este respecto
una nueva criatura.
También su juicio
sobre la santidad es nuevo. Ya no la juzga como algo externo, que consiste en
no hacer el mal, o en hacer el bien usar la ordenanzas de Dios. Ahora ve que es
la vida de Dios en el alma; la imagen fresca de Dios estampada en el corazón;
una renovación completa de la mente en cada rasgo y pensamiento, según la
semejanza del que la creó.
Así por la gracia
de Dios en Cristo, juzgo la santidad. Por lo tanto, en este sentido soy una
nueva criatura.
En segundo lugar,
sus planes son nuevos. El plan de su vida no es amontonar tesoros en la tierra,
no es ganar alabanzas de los humanos, o los deseos
de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Jn.2.16),
sino volver a ganar la imagen de Dios,
tener nuevamente la vida de Dios sembrada en su alma y ser renovado según su
imagen en la justicia y santidad de la
verdad. (Ef. 4.24).
Ese, por la
gracia de Dios en Cristo, es el plan de mi vida. Por lo tanto, soy en este
sentido una nueva criatura.
En tercer lugar,
sus deseos son nuevos y en verdad toda la serie de sus pasiones e
inclinaciones. No están ya fijos en cosas terrenales. Ahora están fijos en las
cosas celestiales. Su amor gozo y esperanza, su pena y temor, todos se refieren
ahora a las cosas superiores. Todos miran hacia el cielo, porque donde está su tesoro, allí también estará su
corazón. (Mt.6.21)
No me atrevo a
decir que soy un a nueva criatura en este respecto, ya que otros deseos con
frecuencia afloran en mi corazón. Pero esos deseos no reinan. Los pongo a todos
debajo de mis pies a través de Cristo que
me fortalece (Fil.4.13). Por lo tanto creo que él me está creando de nuevo
en esto también u que El ha comenzado, aunque no ha terminado su obra.
En cuarto lugar,
su conversación es nueva. Esta siempre sazonada
con sal (Col.4.6) y tiene el fin de dar gracia a los oyentes (Ef.4.29).
Así es la mía,
por la gracia de Dios en Cristo. Por lo tanto, en este respecto soy una nueva
criatura.
Quinto sus
acciones son nuevas. El tono de su vida apunta únicamente a la gloria de Dios.
Todos sus bienes y tiempo son dedicados a estas acciones. Pues si come o bebe o hace otra cosa (1Co.10.31),
todo surge de o se dirige al amor de Dios y de la humanidad.
Así, por la
gracia de Dios en Cristo, es el tenor de mi vida. Por lo tanto, en este
respecto soy una nueva criatura.
Pero San Pablo no
dice de otra forma que el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe. (Gal.5.22).
Ahora aunque, por la gracia de Dios en Cristo, encuentro en cierta medida
algunos de estos en mi, tales como paz, paciencia, benignidad, bondad,
temperancia, otros no los encuentro. No puedo encontrar en mí el amor de Dios o
el de Cristo. De aquí mi sordera y rodeos en la oración pública. Por esto, aun
en la Santa Comunión tengo raramente algo más que una fría atención. Por lo tanto
cuando oigo de los grandes ejemplos del amor de Dios, mi corazón está todavía
sin sentido y si afecto. Más aún, en este momento, no siento más amor hacia él
que hacia alguien de quien nunca he oído.
Igualmente, no
poseo ese gozo en el Espíritu Santo, (Rom.14.17)
ni un gozo establecido ni duradero. Ni tengo tal paz que me libere de la
posibilidad ya sea del temor o la duda. Cuando algunos hombres santos me
dijeron que no tenía fe, muchas veces he dudado si la tenía o no. Y esas dudas
me han hecho sentir muy inseguro, hasta que fui aliviado por medio de la
oración y las Sagradas Escrituras.
Sin embargo,
sobre todo esto, aunque no tengo todavía ese gozo en el Espíritu Santo, ni ese amor de Dios derramado en mi corazón
(Ro.5.5), no la plena certidumbre de fe
(He.10.22), ni el apropiado Espíritu
mismo que da certidumbre a mi espíritu que soy hijo de Dios, (Ro.8.16),
mucho menos soy, en el completo y propio sentido de las palabras, nueva
criatura en Cristo. Sin embargo confío que tengo una medida de fe y que soy acepto en el Amado.(Ef.1.6) Confío en
que el acta de los decretos que está
contra mi está anulada (Ef.2.14), y que estoy reconciliado con Dios a través de su Hijo. (Ro.5.10)
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