Una Cáscara Vacia
El periodista
Carlos Gabetta, cuenta una impactante anécdota en la edición de abril de 2002,
del prestigioso periódico “Le Monde
diplomatique”:
“Una
callejuela corta – unos cincuenta metros
– y estrecha, de doble mano, en el barrio de Motmartre en París. Puesto que
sólo podía pasar un coche por vez, la ley no escrita y siempre respetada de los
conductores era que si uno asomaba su coche y veía que otro ya se había
introducido en sentido contrario, retrocedía educadamente y esperaba. Una
mañana baje a desayunar y encontré a mi vecina de piso llorando de rabia junto
a su destartalado Citröen 2CV. Rumbo a su trabajo y ya casi al final de la
callejuela, un imponente Mercedes Benz había asomado su trompa y se había
negado a retroceder. Se generó una discusión, que concluyó cuando desde el
asiento trasero un elegante señor, encendiendo ostensiblemente un habano, le
dijo: “¿Va a trabajar, verdad? Yo también, pero soy el jefe. Puedo esperar toda
la mañana. Y no discuta conmigo, sino con mi chofer. Cuando yo llegué, mi
vecina acababa de retroceder y el Mercedes se perdía calle abajo rumbo a la
Concorde…”
Recuerdo
cuando leí esta historia el impacto que recibí. La insolente prepotencia de
aquellos que ostenta cierto poder para hacerse notar y solo utilizar en propia
ventaja, aún en las cosas más tontas.
En este número
nos hemos atrevido a hablar de la justicia, o quizás de la falta de justicia en
un país que sufre desde hace décadas, desde adentro y desde afuera, el
autoritarismo egoísta de los que más tienen y más quieren tener.
Pero que
interesante que en este Cambalache, tan bien descrito por Disépolo, en que se
ha convertido nuestro país, aún los que más tienen han comenzado a sufrir las
consecuencias de la injusticia que ellos mismos crearon para enriquecerse más.
El corralito,
los secuestros exasperan a los agraciados de este sistema perverso, los
moviliza, cuando antes no se les movía un pelo cuando cientos, miles de
argentinos morían de hambre o tapados por una inundación en las provincias del interior
del país.
Joseph Mandela
en su visita a Argentina en julio del 98, decía que “si la democracia no
resuelve los problemas de la gente es una cáscara vacía”.
La nuestra es
una sociedad injusta. Injusta porque los que más tienen no están dispuestos a
perder por los que pasan hambre. Nuestra democracia es una cáscara vacía.
La nuestra es
una sociedad injusta porque algunos de los que menos tienen, se amparan en sus
carencias para delinquir, y muchos comparten el beneficio de su delito con los
organismos de seguridad para quedar impunes.
Nuestra
sociedad es una sociedad injusta porque no dan al “Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
Dios es el
peor perjudicado al ver a sus criaturas pelearse como animales por lo que su
generosidad nos permite compartir en un mundo extraordinariamente rico y aún habiendo
pagado con la vida de su propio Hijo para que las cosas cambien.
Jesús dijo: El
mayor entre vosotros será el que más sirve.
Si cada uno de
nosotros se transformase en un Francisco de Asis, en una Teresa de Calcuta, en
un Pocho Leprati, el cambio no sería de un iluminado, sería de todo un pueblo
que para alegría de Dios y para su
propio beneficio, por fin, ha dispuesto su corazón a obedecerle.
Claudio Pagura
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