Y después del aborto... ¿qué?
¡Estoy vivo! ¡Tengo unas pocas horas de vida... pero estoy vivo! ¡Qué lugar tan tibio y acogedor me ha elegido Dios para formarme! ¡Nadie sabe que yo ya existo... solo Dios y yo! ¡Qué lindo es vivir!... Ya hace varios días que estoy aquí. Mi mamá todavía no se ha enterado que estoy vivo aquí... dentro de su panza calentita. ¡Qué alegría va a tener cuando lo sepa... ¡Uy... sueño con sus gritos de bienvenida!!!... ¡Mamá está a punto de enterarse¡... Ya hace cuatro semanas que estoy vivo... sigo creciendo!
¡Que emoción... mamá ya sospecha que algo le está pasando!... ¡Mamitaaa... soy yo, tu hijito... aquí dentro tuyo!...
¡Apurate, mamá, apurate a saber con certeza que estoy aquí!
¡Mamá se hizo el análisis... ya sabe que estoy aquí!... pero... ¿qué pasa?... ¡no parece estar muy contenta!...
¡Mamá... mamita!... ¿Qué sucede?... ¿porqué no me das la bienvenida?... ¿acaso te molesto? ¡no puedo creer que no me quieras!!...
¡Mamá! ¡Tengo frío... mucho frío!... ¡Necesito tanto que me ames! ¡Tengo miedo!... ¿Es posible... que me estés rechazando? ¡Oh, no, por favor!
¿Qué es esto?... ¿Qué está pasando?... ¡Mamá... ¿qué me estás haciendo?
¡Ayyy!!! ¿Qué cosa horrible siento!... ¡qué oscuridad! ¡qué dolor espantoso!... ¡me resisto... me retuerzo! ¡me ahogo!... ¡no puedo mas!
¡Mamá!... ¿no tienes piedad?... ¿qué estás haciendo?...
¡Soy tu hij.....!
¡Mamitaaa!... ¡ME HAS ASESINADO!... ¿Porqué?
Hace mucho tiempo que este conmovedor monólogo, con diversas variaciones o versiones circula en libros, revistas y también en Internet. El autor se pone en la piel del nonato e intenta reflejar el horror que conlleva el acto de provocar un aborto voluntario o inducido. Es el tenebroso acto de sacar intencionalmente y a la fuerza al bebé del útero, torturando con procedimientos inhumanos a una criatura que, aunque se la llame feto, ¡está viva!, solo que todavía no ha visto la luz.
Otra cosa distinta es, cuando por razones de salud física o emocional se produce involuntariamente el aborto espontáneo. En el lenguaje común se le ha dado, con mucho acierto, el nombre de “pérdida”.
Escribo este artículo desde dos perspectivas. Una, soy una madre que ha perdido tres bebés antes de que vean la luz. Somos millones las que hemos pasado por esta triste, y aún traumática experiencia, y podemos afirmar que, de veras, es una muy dolorosa “pérdida”. En segundo lugar, junto con mi esposo que es pastor, nos ha tocado acercarnos a muchas mujeres que cometieron abortos voluntarios. Y hay un denominador común en todas ellas. Es un dramático sentimiento de culpa, una mochila agobiante de la cual quisieran desesperadamente liberarse.
Y por más que quieran ahogarlo o disimularlo hay un persistente y secreto sentimiento de vergüenza allí, en lo profundo de sus almas. Los profesionales lo llaman el Síndrome Post Aborto. A veces, hay mujeres que, al principio no parecen sentir ningún dolor, ninguna emoción al realizar ese acto aberrante. Mas bien sienten alivio. “Por fin me libré del problema” parecen pensar. Pero en muchísimos casos, aún hasta cinco o nueve años después, empieza a roerlas un fuerte sentimiento de culpa que las desgarra.
Ese secreto sentimiento, tarde o temprano, se manifiesta en muchas maneras: depresión, adicciones, desorden en las comidas o en el sueño, rabia, vergüenza, culpa, pesadillas, disfunción sexual, rechazo a los hombres, odio a si misma, terror a los embarazos, llantos incontrolables, indecisión y dificultad en establecer y mantener relaciones sanas con el prójimo, etc. Pero ¿porqué tanto “castigo” así?... uno se pregunta. ¡Es que ha habido una muerte en la familia! ¡Ni mas, ni menos! ¡Y hay, por lo tanto, un duelo inevitable que padecer! Y hay algo más trágico aún, que es lo siguiente: La mujer, para poder matar al hijo de sus entrañas, tiene que ahogar y eliminar uno de los dones mas preciados que Dios colocó inherentemente en la femineidad; gracias al cual el mundo sigue rodando: Es la bendita facultad de dar vida, de ser madre, de amamantar, de nutrir, de arrullar, de criar. ¿Cómo va a acallar, así como así, ese “grito silencioso” que le recuerda, vez tras vez, que perdió la decencia y la honradez al amordazar así ese don que es innato en su naturaleza, sea culta o ignorante, cuerda o insana?... En su desesperanza, entonces, cree que Dios no la perdona, que el, o los bebés que mató (y que están en el cielo, felizmente) no la perdonan. Y en consecuencia ella no se perdona a si misma, y tampoco puede perdonar a los que la ayudaron o indujeron a cometer el crimen. Son miles y miles las mujeres que andan por el mundo arrastrando esa angustia, como cadenas esclavizantes.
¿Hay salvación para ellas? Felizmente... ¡SI!... Está encerrada en una palabra maravillosa que se llama PERDON. En primer lugar, el perdón completo y perfecto de Dios. ¡Dios ama enserio! ¡Qué notición! Dio a su Hijo Jesús para morir por los pecados de esta humanidad doliente y errada. La Biblia dice que “la sangre de Jesucristo nos LIMPIA de todo pecado”. No hay pecado que Dios no pueda, o no quiera perdonar, si uno se arrepiente de verdad.
Hemos presenciado la recuperación de muchas mujeres agobiadas por esa culpa, cansadas de terapias y de promesas falsas. Pero un día le abren su corazón a Dios, le muestran su llaga, creen y reciben su perdón. ¡Entonces si, y solamente así, viene el gran alivio! Dios las perdona, los bebés las perdonan, ellas perdonan a los que las empujan, se perdonan a si mismas...¡Y sus almas se sanan y encuentran la paz!
Sara Siccardi de Díaz
No hay comentarios:
Publicar un comentario